“Personajes y jardines del Renacimiento”, Vicino Orsini y su familia y el parque de Bomarzo, Galería Bonino, Buenos Aires, Argentina.
Toda imagen presenta en forma directa el resultado de búsquedas, pudiendo asimilarse en las mismas el mundo de ese hombre que crea. Algunos pintores son relatores de un futuro; otros se adentran en los escondrijos de un pasado porque les devuelve la síntesis de sus propios ecos y porque sienten que en ellos se ha deslizado ese temible juez: el tiempo, que destruye o ennoblece. Fue un largo camino: el deseo de encontrar mis fuentes, como mujer americana de origen europeo, que me llevó un día a esa Italia de mis antepasados y me refiero al territorio italiano dividido en reinos, repúblicas, principados, ducados, arrebatado en luces y sombras en la dramaticidad inherente a la vida y a la muerte tan propia del mundo itálico.
Creo que nunca pude negarlo: desde adolescente me apasionaron la representación de los volúmenes; los poderosos escorzos; la fuerza titánica de los muslos; el poder de las ricas telas de encaje; la profundidad de esos arabescos donde quedan impresos el movimiento de una mano o el peso de un cuerpo desnudo sobres las sábanas.
Nada se resumía tan claramente para mí en esta búsqueda como las complejas personalidades del mundo de “Bomarzo” de Manuel Mujica Láinez, pero aún mucho más imaginaría al conocer en el año 1976 las grandiosas esculturas y la riqueza cromática de los jardines del Renacimiento; Villa Madama, Caprarola, Villa Lante, Giardini Giusti y muy particularmente los jardines misteriosos de Bomarzo: los desniveles, las características atemporales del follaje –como si el tiempo se hubiera detenido desde siempre- los huecos producidos por el claroscuro, el movimiento ondulante de las hojas me devolvían un jardín que yo había amado: el jardín de mí niñez. Si bien de reducidas proporciones estaba signado por la misma conducta emocional.
Buenos Aires, octubre de 1978 Clelia Speroni
Toda imagen presenta en forma directa el resultado de búsquedas, pudiendo asimilarse en las mismas el mundo de ese hombre que crea. Algunos pintores son relatores de un futuro; otros se adentran en los escondrijos de un pasado porque les devuelve la síntesis de sus propios ecos y porque sienten que en ellos se ha deslizado ese temible juez: el tiempo, que destruye o ennoblece. Fue un largo camino: el deseo de encontrar mis fuentes, como mujer americana de origen europeo, que me llevó un día a esa Italia de mis antepasados y me refiero al territorio italiano dividido en reinos, repúblicas, principados, ducados, arrebatado en luces y sombras en la dramaticidad inherente a la vida y a la muerte tan propia del mundo itálico.
Creo que nunca pude negarlo: desde adolescente me apasionaron la representación de los volúmenes; los poderosos escorzos; la fuerza titánica de los muslos; el poder de las ricas telas de encaje; la profundidad de esos arabescos donde quedan impresos el movimiento de una mano o el peso de un cuerpo desnudo sobres las sábanas.
Nada se resumía tan claramente para mí en esta búsqueda como las complejas personalidades del mundo de “Bomarzo” de Manuel Mujica Láinez, pero aún mucho más imaginaría al conocer en el año 1976 las grandiosas esculturas y la riqueza cromática de los jardines del Renacimiento; Villa Madama, Caprarola, Villa Lante, Giardini Giusti y muy particularmente los jardines misteriosos de Bomarzo: los desniveles, las características atemporales del follaje –como si el tiempo se hubiera detenido desde siempre- los huecos producidos por el claroscuro, el movimiento ondulante de las hojas me devolvían un jardín que yo había amado: el jardín de mí niñez. Si bien de reducidas proporciones estaba signado por la misma conducta emocional.
Buenos Aires, octubre de 1978 Clelia Speroni