Exposición “Entre la indagación y el goce”, Centro Cultural Borges
Hace varios años que Clelia Speroni construye su propia pintura a partir de una exploración del arte renacentista y barroco en la cual ella busca unir lo especulativo con lo maravilloso.
El primer factor, racional, se encuentra en el despliegue erudito de las geometrías del espacio, enraizadas en la tradición de la perspectiva a la par que modificadas por un espíritu moderno, inquieto, mediante multiplicaciones y yuxtaposiciones de ambientes.
El segundo factor, el que alimenta la fantasía, asombra y enajena nuestras racionalidades, suele concentrarse en la realización de tramas cromáticas donde prevalecen los colores saturados, las confrontaciones de complementarios y los entrecruzamientos de reflejos o brillos.
Me explico: los hallazgos de Clelia, hoy, nos permiten distinguir claramente en la plástica europea de los siglos XV al XVII aquellos valores de una vitalidad nueva y gozosa en los cuales Aby Warburg descubrió el signo de una época que encerró, al mismo tiempo, el inigualable “revivir de lo antiguo” y la apertura hacia el horizonte inédito de la experiencia moderna.
Es evidente que la exposición de los trabajos actuales de Speroni indica que la fórmula explicada no se ha agotado todavía. Más aún, Clelia nos presenta algunas vueltas de tuerca insólitas sobre aquella idea de aunar espacialidad y color, inteligencia e imaginación.
Lo interesante es que nuestra pintora utiliza ahora encabalgamientos distintos entre esas dos partes mayores de la actividad plástica, pues merced a las violencias del punto de vista, a los cambios bruscos de escala y a las anamorfosis directas o reflejas, lo maravilloso invade el campo de la geometría del espacio y el que ya llamamos su espíritu moderno se ha tornado francamente irrespetuoso.
Mientras tanto, a modo de compensación de semejante fantasía, la paleta se complace en revelarnos, sobre las superficies que representan los peces, las frutas, las flores, la piel y el iris de los personajes, la invención cromática de un ojo humano que lleva a cabo el escrutinio minucioso y reflexivo del espectáculo de la naturaleza. Algo más. Para las metamorfosis espaciales, Speroni ha remedado con medios informáticos los instrumentos, abstractos y remotos como los de una computadora, de la geometría y la óptica taumatúrgicas que el fraile Nicéron investigaba en el siglo XVII.
De tal suerte, el pasado se cuela de nuevo, fascinante e intenso, y se vierte en las formas por medio de las que Clelia Speroni recrea su contacto enaltecedor con las fuerzas y el deleite de la vida.
José Emilio Burucúa
«UBA, Academia Nacional de Bellas Artes»