Clelia Speroni diría que en ella éste se refleja tal como es, en su insobornable personalidad. Para la joven pintora no es válido el mote “¡epater les burgeois!”. Despojadas de todo anti, al fin de cuentas hijo del artificio y de lo convencional, sus imágenes surgen diáfanas y espontáneas como burbujas de agua, no por frágiles menos sugerentes y perdurables en su estela de cromática poesía. El color, la forma y el espacio vibran al unísono de un temperamento que supo transmitirles el sabor a tierra, aire y sol sin dejar de rodearlos de una arcaica atmósfera de ensueño brotada del inconsciente. Cada uno de los trabajos es una vehemente afirmación de la vida y al mismo tiempo posee un algo de evocación que nos enfrenta con el tembloroso espejo del recuerdo: Venecia, los chalets de la Perla, sombrillas y carpas en la playa, bañistas, los árboles y el mar…
Emerge todo un mundo de la fantasía que nos va descubriendo sus misterios a través de colores transparentes, trabajados con casi nada de materia, de figuras ingrávidas, de líneas abiertas a los efectos tímbricos, de raspaduras filigranadas. El espacio plano, en el que la profundidad sólo se insinúa fugazmente, pone de relieve a cada uno de los elementos pictóricos, prestándoles un contenido simbólico. El vigor y la transparencia del color, la firmeza enérgica del trazo y la delicadeza de las formas se amalgaman para recrear una visión muy real, en su presencia carnal de timbres cromáticos y contornos, y a la vez muy irreal en su musicalidad dodecafónica, que la pintora parece arrancar a las cuerdas invisibles de la realidad.
Carmen Balzer