El largo conocimiento que tengo de Clelia “Lita” Speroni me ha permitido conocer todas las etapas de su carrera de artista plástica. A la más remoto que recuerdo la conformaron unas naturalezas muertas que evocaban a las que refinadísimamente pintó Raúl Russo. Más recientemente vino su serie sobre Bomarzo, esa zona cercana a Roma que fascinó a Mujica Lainez con su jardín de monstruos de piedra mandados a esculpir por un duque contrahecho. Y me quedo acá en la enumeración de las etapas porque esta tiene que ver con la historia y con la actual dedicada a Juana de Arco.
Cuando Lita me habló de estas grandes pinturas, inmediatamente evoqué a la santa que en París mira en forma de estatua dorada hacia la Rue de Rivoli. Cientos de veces pasé frente a ella y volví a verla en estos trabajos tan exactamente testimoniales, logrados desde una mirada de finísima intuición.
Las pinturas muestran a Juana cuando fue niña, con animales de campo, de joven, cuando comenzó su epopeya hasta hoy casi increíble. Lo más singular de esta obra es la armonía, la que ha sido capaz de encontrar de forma fluida entre modernidad y tradición.
Diario La Prensa.
Albino Dieguez Videla.