Los muchos años de conocimiento amistoso me permiten evaluar cuánto ha trabajado, proyectado y obtenido Lita Speroni como pintora. Y lo ha hecho tozudamente –es una de las características de su personalidad-, luchando contra la dispersión que inevitablemente surge de la labor de docente, robándole tiempo a su vida de mujer intensa y generosa.
Periódicamente logra Lita Speroni tener la suficiente producción como para concretar una muestra, y ha presentado varias memorables. Evoco sólo la que el fantasmal jardín de Bomarzo le inspiró, porque tiene en común con la exposición a la que van dirigidas estas líneas a Italia. Esa tierra de sus antepasados, aunque ella sea tan criolla, aparece otra vez en sus telas. Con fuerza se desperezan en ellas los querubines robustos, los caballos de Masaccio, los lebreles de Longhi, los planos de Correggio, la severa línea de Uccello.
Como grandes frescos ha concebido Lita Speroni un relato múltiple, barroco, en el que convergen Venecia, Florencia y –quizás- Luca.
De esta ciudad de perspectivas hacia lo alto creo que provienen sus acróbatas en fuga, detenidos en el aire, como también los imaginó el español José María Sert.
De su exuberancia intrínseca y la evocación de los siglos más gloriosos –estéticamente hablando- de Italia, ha nacido esta serie tan colorida y contundente. Más allá de su dominio técnico, de su caudal imaginativo, está aquí cerca –casi nos roza- la autenticidad de lo que hace Lita Speroni. Con ganas, con garra, por necesidad espiritual, siendo una vez más ella misma, bate un récord bastante difícil de superar en el arte y en la vida.
Albino Dieguez Videla, mayo 1994
Diario La Prensa